Extractos de la “Misa celebrada por el Evangelio de la Vida”:
“Esta celebración tiene un nombre muy bello: el Evangelio de
la Vida. Con esta Eucaristía, en el Año de la fe, queremos dar gracias al Señor por el don de la vida en
todas sus diversas manifestaciones, y queremos al mismo tiempo anunciar el
Evangelio de la Vida… ¿Qué imagen tenemos de Dios? Tal vez nos parece un juez
severo, como alguien que limita nuestra libertad de vivir. Pero toda la
Escritura nos recuerda que Dios es el Viviente, el que da la vida y que indica
la senda de la vida plena. Pienso en el comienzo del Libro del Génesis: Dios
formó al hombre del polvo de la tierra, soplando en su nariz el aliento de vida
y el hombre se convirtió en un ser vivo (cf. 2,7). Dios es la fuente de la vida; y gracias a su aliento el hombre tiene vida y su aliento es lo que sostiene
el camino de su existencia terrena. Pienso igualmente en la vocación de Moisés,
cuando el Señor se presenta como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, como
el Dios de los vivos; y, enviando a Moisés al faraón para liberar a su pueblo,
revela su nombre: «Yo soy el que soy», el Dios que se hace presente en la
historia, que libera de la esclavitud, de la muerte, y que saca al pueblo
porque es el Viviente. Pienso también en el don de los Diez Mandamientos: una
vía que Dios nos indica para una vida verdaderamente libre, para una vida
plena; no son un himno al «no», no debes hacer esto, no debes hacer esto, no
debes hacer esto… No. Es un himno al «sí» a Dios, al Amor, a la Vida. Queridos
amigos, nuestra vida es plena sólo en Dios, porque solo Él es el Viviente…. Jesús es la encarnación del Dios vivo,
el que trae la vida, frente a tantas obras de muerte, frente al pecado, al
egoísmo, al cerrarse en sí mismos. Jesús acoge, ama, levanta, anima, perdona y
da nuevamente la fuerza para caminar, devuelve la vida… El cristiano es una persona que piensa
y actúa en la vida cotidiana según Dios, una persona que deja que su vida sea
animada, alimentada por el Espíritu Santo, para que sea plena, propia de
verdaderos hijos. Y eso significa realismo y fecundidad. Quien se deja guiar
por el Espíritu Santo es realista, sabe cómo medir y evaluar la realidad, y
también es fecundo: su vida engendra vida a su alrededor…Dios es el Viviente,
es el Misericordioso, Jesús nos trae la vida de Dios, el Espíritu Santo nos
introduce y nos mantiene en la relación vital de verdaderos hijos de Dios.
Pero, con frecuencia, lo sabemos por experiencia, el hombre no elige la vida,
no acoge el «Evangelio de la vida», sino que se deja guiar por ideologías y
lógicas que ponen obstáculos a la vida, que no la respetan, porque vienen
dictadas por el egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder, el placer, y no
son dictadas por el amor, por la búsqueda del bien del otro. Es la constante
ilusión de querer construir la ciudad del hombre sin Dios, sin la vida y el
amor de Dios: una nueva Torre de Babel; es pensar que el rechazo de Dios, del
mensaje de Cristo, del Evangelio de la Vida, lleva a la libertad, a la plena
realización del hombre. El resultado es que el Dios vivo es sustituido por
ídolos humanos y pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad,
pero que al final son portadores de nuevas formas de esclavitud y de muerte…Recordémoslo
siempre: El Señor es el Viviente, es misericordioso. El Señor es el Viviente,
es misericordioso.”“Queridos hermanos y hermanas, miremos a Dios como al
Dios de la vida, miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una senda de
libertad y de vida. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al
egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a
la esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a
Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8,Jn 11,25, Jn 8,32), a Dios que es el Viviente y el
Misericordioso. Sólo la fe en el Dios vivo nos salva; en el Dios que en
Jesucristo nos ha dado su vida con el don del Espíritu Santo y nos hace vivir
como verdaderos hijos de Dios por su misericordia. Esta fe nos hace libres y
felices. Pidamos a María, Madre de la Vida, que nos ayude a acoger y dar
testimonio siempre del «Evangelio de la Vida». Así sea.
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